En Balcells Arquitectes hemos empezado las reflexiones de este año 2023 debatiendo sobre los recorridos en la arquitectura.
Si hablamos de arquitectura hablamos de recorridos. Ya en la antigüedad los espacios se diseñaban pensando en las posibles vías o circulaciones que podrían seguir los usuarios. Un claro ejemplo de ello es la Acrópolis de Atenas, donde los arquitectos pensaron el emplazamiento de cada elemento en función del recorrido que diseñaban, teniendo en cuenta las visuales que desde cada punto del camino el transeúnte tenía de los edificios que la conformaban.
El recorrido por tal imponente enclave se iniciaba en la llamada vía procesional, que subía desde la cota baja de la ciudad hasta arriba del monte. Y es que acrópolis era, literalmente, la ciudad alta (ἄκρο- ‘cima, extremo, punta’, πόλις ‘ciudad) y estaba presente en muchas ciudades de Grecia, donde tenía una doble función: defensiva y como sede de los principales lugares de culto. La Acrópolis de Atenas está situada sobre una cima, que se alza 156 metros sobre el nivel de mar. Una vez salvada esta cota ascendiendo por la vía procesional, nos encontrábamos con el Propileos (‘delante de la puerta’), una entrada monumental con columnas que funcionaba como vestíbulo antes de entrar al recinto de la Acrópolis. Podemos intuir que la construcción de un verdadero edificio para señalar una puerta va más allá del aspecto puramente plástico. Más bien estamos hablando de una estructura arquitectónica que denota uno de los rituales más importantes y trascendentales de todas las religiones, el «rito de tránsito», el pasar un umbral que nos conduce de un terreno profano a uno sagrado. El recorrido marcado te obliga a pasar por ese espacio, que, además, tiene otro sentido más ligado al de las visuales: al pasar por un espacio cerrado y más bien estrecho, al salir de nuevo al exterior la Acrópolis y los elementos que la conforman te parecen más grandes debido al cambio de escala del interior del Propileos al exterior.
Axonometría visuales Acrópolis
Al salir del Propileos lo que más destacaba era, obviamente, el Partenón. Este estaba dispuesto desplazado a la derecha según el eje vertical. De esta manera, el transeúnte tenía una vista oblicua del Partenón, y, por tanto, este le generaba un impacto visual mayor y le parecía de dimensiones mucho más grandes que si lo viera de manera frontal o lateral. Además, desde ese punto también se apreciaba la estatua de Atenea y el Erecteón. El recorrido seguidamente te invitaba a seguir con la aproximación al Partenón, ya que este transcurre de manera cercana al lateral del mismo. En un punto dado, ya al otro lado del Partenón, encontramos unas escaleras para subir al pedestal del edificio.
Estas escaleras nos obligan a parar y observar el Partenón desde un punto de vista desconocido hasta entonces: la fachada de la entrada al templo (el Pronaos). Esta visual sigue siendo oblicua, aunque más cercana que la anterior. Después de subir las escaleras el camino sigue hasta llegar a las escaleras que elevan el templo respecto a la plaza, y allí tenemos la visual más próxima al templo, ahora si ya totalmente frontal.
Planta visuales Acrópolis
“Uno de los aspectos básicos de su arquitectura es la manera en la que se produce, controla y regula el recorrido de los usuarios. La estratégica disposición de los cuerpos en sus conjuntos responde, en muchas ocasiones, a disposiciones que marcan y potencian los itinerarios hacia y a través de ellos. De la misma manera, los sinuosos y generosos vestíbulos, y las tendidas y ergonómicas escaleras tienen como objetivo modelar, como si de un material blando se tratase, el movimiento de los usuarios al atravesar sus espacios y “acariciar” todos aquellos elementos y materiales que los articulan, como pavimentos, barandillas y pomos.”
Daniel García-Escudero
Estos recorridos pensados de principio a fin como hilo conductor de una historia y como articuladores de arquitectura nos los encontramos también en la arquitectura actual. Un edificio de la arquitectura moderna que explota el juego de los recorridos es el Museo Judío de Berlín, obra del arquitecto polaco Daniel Libeskind. Aquí, Libeskind genera un relato a partir del recorrido que traza para la instalación cultural, en un museo cargado de simbolismos. Este museo en forma de rayo visto desde el exterior parece tener un recorrido complejo y sinuoso que va de lado a lado, de esquina a esquina, sin ningún tipo de eje principal recto. Pues bien, nada mas lejos de la realidad. Bajo el volumen en forma de línea quebrada se esconde el corazón del proyecto, un conjunto de tres pasillos o galerías subterráneas con una connotación que va más allá de lo meramente práctico. Estos ejes se cruzan entre ellos, pero no a la vez, generando una isla central que solo permite al caminante ver dos de ellos simultáneamente, quedando el tercero escondido.
Plantas Museo Judío de Berlín
Los tres pasillos encarnan las tres experiencias o fases del judaísmo en Alemania: la continuidad, el exilio y la muerte. Solo el eje de la Continuidad tiene un final, emulando la continuidad de la presencia judía en Alemania. Este eje desemboca en una escalera que de lejos se aprecia como escalera sencilla y corta, pero al llegar a ella, vemos que es mucho más larga de lo que parece, accediendo directamente de la planta sótano a la tercera. A medida que avanzas por la escalera el techo se va despejando, dando entrada a mas luz, mientras que por los lados la escalera permanece cerrada por las dos paredes. Aquí Libeskind pretende ilustrar la dificultad del camino recorrido para llegar a la luz, las dificultades que pasó el pueblo judio en esos tiempos dificiles.
Los otros dos ejes (el del Exilio y el de la Muerte) son salas de exposición. Cada uno desemboca en una sala cargada de simbolismo. El eje del Exilio, que representa la salida de Alemania, nos lleva hacia fuera, hacia la luz del exterior. Allí encontramos el Jardín del Exilio, un conjunto de pilares distribuidos de manera ortogonal. Debido a una inclinación del plano y de dichos pilares, la sensación de caminar entre estos es angosta e incómoda, en una representación de la dificultad de adaptación de los exiliados en su país de destino. Además, pese a estar en el exterior, este Jardín está totalmente desconectado de lo que rodea al mismo por unos fosos, para representar que el exilio también es una prisión, obligando al visitante, que se encuentra sin salida, a adentrarse de nuevo en los ejes subterráneos.
El eje de la Muerte (o Holocausto) finaliza en una puerta negra, tras la cual encontramos una torre de hormigón que alberga una sala oscura con los revestimientos completamente negros, con una pequeña entrada de luz en la parte superior. A oscuras y sumida en un silencio sepulcral, esta simboliza la muerte de tantos judios durante esa época tan trágica.
Los tres ejes
Ya sea deambulando por la Acrópolis o haciendo las tareas del hogar, vemos la existencia de estos recorridos, ya sean a pequeña o gran escala. En lo que a la pequeña escala se refiere, buscamos siempre (o casi siempre) la optimización de los mismos. Estos recorridos interiores son los que se generan de manera intrínseca al proyectar y crear espacios arquitectónicos.
Ya estemos en un edificio público de grandes dimensiones o en el salón de nuestra casa, la arquitectura nos guía a través de dichos espacios mediante pasillos, rampas, escaleras… Y es que los arquitectos, como ideadores de dichos espacios, tenemos la capacidad o el poder de hacer que una persona se mueva por donde queramos, a diferencia de los recorridos exteriores donde el transeúnte tiene un grado de libertad y movilidad mayor.
Un claro ejemplo sobre la capacidad del arquitecto de ser el amo y señor de los recorridos interiores, son las tiendas de la cadena de muebles IKEA, donde los interminables pasillos que te hacen recorrer una vez estás allí son una parte del éxito de dicha empresa. No es ningún secreto el hecho de que IKEA nos haga recorrer todos y cada uno de los pasillos de la tienda es para que “piquemos” y compremos el mayor número de cosas posible. Pero no es simplemente eso: según un artículo publicado en New Yorker en 2011, este recorrido tiene que tener una curva cada 15 metros para que los clientes no se aburran. Pese a que dicho recorrido tiene atajos, estos no están especialmente bien señalizados, obligando al visitante y potencial comprador a fijarse en los rincones de sus pasillos si quieren acortar su estancia en la tienda. Además, estos atajos en los recorridos cambian continuamente con un único objetivo: hacernos comprar más. Si los clientes saben dónde están estos atajos, al final se acostumbran a ellos y no realizan nunca el camino largo. Este ejemplo, tal vez un poco banal, me ha parecido adecuado para ilustrar el poder que tiene la ideación meditada de estos recorridos interiores por parte de los arquitectos.
Diagramas de tienda IKEA
Entrando más en la arquitectura de lo cotidiano, en el hogar, también buscamos la optimización de los recorridos. Allí sí que el arquitecto ha de tener la obligación de hacerlos fáciles y cómodos para el usuario. Todo ha de estar a tocar. Un ejemplo a escala micro con el que nos encontramos muy a menudo es el conocido “Triángulo de la cocina”, donde fogones, pica y nevera han de estar lo más próximo posible para optimizar el recorrido del usuario mientras cocina.
Triangulo de cocina
Luis Torrens Narbón (Balcells Arquitectes, enero 2023)
Bibliografía
Díez, Ronald H. “El paisaje de los dioses: los santuarios griegos de la época clásica y su entorno natural”. Revista Aisthesis, nº 49. 2011.
Escoda, Carmen. “La alegoría como lenguaje: narración y representación en Daniel Libenskind”. 2014.